La paradoja de la iluminación -que todo cambie y, sin embargo, siga igual- es uno de sus aspectos más intrigantes. Muchas tradiciones espirituales describen el despertar no como la adquisición de algo nuevo, sino como la eliminación de las ilusiones, revelando una realidad que siempre estuvo presente pero pasó desapercibida. El mundo sigue siendo el mismo, pero la relación con él se transforma.
¿Aporta la iluminación más alegría?
La respuesta varía según las tradiciones y los relatos. Algunos sabios la describen como una alegría sin límites, mientras que otros hacen hincapié en la ecuanimidad, un estado más allá de las fluctuaciones de la felicidad y la tristeza.
1. El Buda describió el nirvana como el cese del sufrimiento. No se trata necesariamente de la presencia de un gozo extático, sino del fin del ansia, el apego y las ilusiones que causan el sufrimiento. Sin embargo, algunos textos budistas describen un ananda (dicha) que acompaña a la realización profunda, una alegría serena que está libre de condiciones.
2. Ramana Maharshi, un gran maestro advaita, hablaba de la iluminación como el descubrimiento del Ser, no como un acontecimiento que aporta algo nuevo, sino como la comprensión de que uno siempre ha sido libre. Describió este estado como la paz más allá de las emociones, donde la alegría no es excitación sino una quietud profunda e inquebrantable.
3. Rumi y otros místicos sufíes suelen describir la unión divina en términos apasionados y poéticos: un amor tan intenso que disuelve el yo, una aniquilación extática (fana) en lo divino. Esto sugiere una experiencia que, al menos en algunas etapas, es arrebatadora.
4. Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz describen el estado unitivo como una paz y un amor indescriptibles. A menudo precede la noche oscura del alma, en la que el ego es despojado, dando lugar a una transformación en la que el gozo divino ya no se busca como objeto, sino que simplemente es.
El sentimiento subjetivo: ¿Alegría o sólo ver con claridad?
Algunos relatos sugieren que la iluminación no es una emoción, sino un modo diferente de ser. Nisargadatta Maharaj, por ejemplo, descartó la idea de que un ser iluminado camine en constante alegría; más bien, hay una profunda claridad, una liberación de ilusiones y apegos. Las emociones siguen surgiendo, pero ya no atan.
Sin embargo, el maestro zen Bankei describió la realización como la mente no nacida, un estado en el que el sufrimiento pierde sus garras y lo que queda es una facilidad sin esfuerzo. Algunos, como el decimocuarto Dalai Lama, afirman que la iluminación aporta de forma natural una alegría profunda y compasiva, no una excitación, ni un subidón, sino una calidez penetrante.
Entonces, ¿el Nirvana o el Cielo serán «decepcionantes»?
Si uno espera una transformación grandiosa y deslumbrante, la iluminación puede resultar decepcionante, como cuando Dorothy se da cuenta de que Oz siempre estuvo en casa, o cuando el Pájaro Azul se queda donde empezó. Pero para quienes la han alcanzado, la ausencia de búsqueda es en sí misma la paz que nunca supieron que les faltaba.
Si el Cielo cristiano se concibe como una continuación de los deseos del ego satisfechos eternamente, uno podría preguntarse si eso acabaría cansando. Pero si el Cielo es, como sugieren algunos místicos, la pérdida completa de la separación en el amor divino, no quedaría nadie a quien «decepcionar», sólo la inmensidad del ser mismo.
Quizá la verdadera pregunta sea: ¿es decepción o es alivio?
Rafa Navarro