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El estoicismo nos ofrece una perspectiva inquebrantable ante la pérdida: no niega el dolor, pero tampoco nos permite ser esclavos de él. Desde su visión, la muerte es parte del orden natural, y nuestro apego a las personas o cosas no debe ser más fuerte que nuestra comprensión de su fugacidad. Aceptar la muerte no significa no sentirla, sino vivirla con la dignidad de quien comprende que todo lo que amamos es un préstamo de la naturaleza, y que el sufrimiento surge cuando nos aferramos a lo que nunca fue nuestro en absoluto.

Epicteto nos lo deja claro: “No digas de nada: ‘Lo he perdido’, sino: ‘Lo he devuelto’.” Cada ser que entra en nuestra vida es un viajero que comparte un tramo del camino con nosotros, y luego sigue su curso, como lo haremos también nosotros. El verdadero error no está en la tristeza, sino en el apego desmedido, en la incapacidad de comprender que la muerte no nos arrebata, sino que nos devuelve aquello que nunca nos perteneció. Un estoico no es insensible a la pérdida, sino que la entiende como una lección de vida: cada instante con aquellos que amamos es un regalo, pero nunca un derecho.

Marco Aurelio, emperador y filósofo, experimentó de primera mano el dolor de la pérdida. Perdió hijos, perdió su esposa, perdió a amigos y consejeros. Sin embargo, jamás permitió que su dolor lo definiera. “No es eterno aquello que amas. Ámalo mientras lo tengas, pero no lo conviertas en una necesidad.” En estas palabras se encuentra la clave de la aceptación estoica: el amor sincero no busca poseer, sino valorar mientras es posible. El sufrimiento perpetuo, por otro lado, nace del deseo insaciable de que la realidad sea distinta a lo que es. Ahí radica la verdadera esclavitud del alma.

El duelo, desde la perspectiva estoica, es una prueba de nuestra fortaleza interior. No se trata de huir del dolor, sino de enfrentarlo con entereza. Un estoico no se pregunta “¿por qué me ha sucedido esto?” sino “¿qué puedo aprender de esto?”. En lugar de perderse en el lamento, se pregunta: “¿Cómo puedo honrar a esta persona en mi vida? ¿Cómo puedo ser mejor gracias a lo que compartimos?” Porque la verdadera forma de honrar a quienes hemos perdido no es quedarnos en el sufrimiento, sino vivir con más propósito, con más conciencia de que cada día es un regalo efímero.

El estoicismo nos libera del miedo a la muerte precisamente porque nos enseña a vivir. Nos recuerda que nuestra angustia ante la pérdida no es más que un reflejo de nuestro propio temor a desaparecer. Pero, ¿acaso tiene sentido temer a lo inevitable? La muerte no es el enemigo; el enemigo es desperdiciar la vida creyendo que el mañana está garantizado.

El dolor nos visita, pero no debe quedarse. Nos golpea, pero no debe doblegarnos. Aceptar la impermanencia de todo nos libera del sufrimiento innecesario y nos permite vivir con una serenidad que ninguna pérdida puede arrebatar. Porque un estoico entiende que todo lo que amamos, lo que tenemos y lo que somos, tarde o temprano, será devuelto.

Rafa Navarro