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La conexión entre la mente y el cuerpo no es un mito, ni una frase bonita de esas que se comparten en redes sociales: es una verdad tan cruda como inevitable.
Tu cuerpo escucha cada pensamiento, cada emoción, cada silencio. Y cuando decides callar lo que sientes, cuando finges estar bien mientras por dentro te desmoronas, tu cuerpo lo anota. No olvida. No perdona. Espera el momento exacto para gritar lo que tú te negaste a decir.

Lo hace con insomnio, con migrañas, con dolores de espalda inexplicables. Lo hace con palpitaciones en medio de la noche, con el estómago ardiendo, con fatiga que no se va ni durmiendo diez horas seguidas. Lo hace con tristeza disfrazada de ansiedad, con vacío disfrazado de rabia.

Cada emoción reprimida se convierte en una deuda. Y tarde o temprano, el cuerpo cobra.

El precio de callar

  • Estrés crónico: No expresar lo que sientes es vivir en una guerra interna constante. El cortisol, la hormona del estrés, se queda rondando en tu sangre como un verdugo invisible. Poco a poco destruye tu sistema inmunológico y abre las puertas a enfermedades que parecen “normales”, pero no lo son: infecciones recurrentes, resfriados que nunca terminan, fatiga que no tiene explicación.
  • Tu corazón bajo asedio: Guardar la rabia y la frustración no te hace fuerte, te hace vulnerable. La ira reprimida late dentro como una bomba silenciosa. Cada vez que tragas tus palabras, tu corazón late más fuerte de lo que debería, tu presión sube y tus arterias se tensan. Así nacen las enfermedades cardiovasculares que un día sorprenden “de repente”, pero que en realidad se llevan gestando años.
  • El estómago, el basurero emocional: El sistema digestivo es el escenario favorito del dolor callado. Colon irritable, úlceras, ardores, diarreas repentinas. No son casualidad. Son emociones no procesadas que tu cuerpo intenta expulsar como puede. Y cada vez que dices “no es nada, son nervios”, estás ignorando el lenguaje perfecto que tu cuerpo usa para suplicarte: ¡habla!
  • Dolores crónicos, el cuerpo en jaula: La tensión emocional se acumula en tus músculos como cadenas invisibles. Una espalda que parece cargar toneladas, un cuello rígido que no gira, migrañas que revientan como martillos. En muchos casos, hasta se convierte en fibromialgia: el dolor convertido en una enfermedad crónica.
  • El colapso mental: Reprimir las emociones no las mata, las transforma. Se convierten en ansiedad que paraliza, en depresión que apaga, en ataques de pánico que te hacen sentir que mueres aunque sigas respirando. Guardar lo que sientes consume más energía que expresarlo. Y ese gasto constante termina por vaciarte.

La verdad que nadie quiere escuchar

El mundo te enseñó a callar.
“Sé fuerte”.
“No llores”.
“No molestes con tus problemas”.
“Ya pasará”.

Y obedeciste. Creíste que ocultar lo que sentías era madurez. Que sonreír cuando estabas roto era valentía. Que tragar tus lágrimas era dignidad.

Pero no. Eso no es fortaleza, es autoabandono.

Reprimir lo que sientes no es una solución. Es una condena. No mata la emoción, la pudre. Y lo que se pudre dentro termina oliendo fuera: en tu cuerpo, en tus relaciones, en tu manera de estar en el mundo.

El coraje de expresar

Expresar no significa perder el control ni explotar contra otros.
Expresar es el acto más profundo de honestidad contigo mismo.

Es permitirte llorar cuando duele, sin pedir permiso.
Es gritar cuando la rabia se ahoga en tu garganta.
Es escribir hasta que tu alma quede vacía en un papel.
Es pedir ayuda cuando ya no puedes más.
Es mirar la tristeza de frente y decirle: “te veo, te acepto, pero no me vas a destruir”.

No eres débil por sentir. Eres humano.
Y no eres valiente por aguantar en silencio. Lo valiente es dejar de fingir.

Lo que callas te enferma.

Lo que expresas te libera.

Tarde o temprano, lo que no digas con palabras lo dirás con síntomas.
Y créeme, el cuerpo grita más fuerte que cualquier voz.

Y ahora, ¿qué haces con esto?

Tal vez lleves años cargando con un dolor que nunca contaste.
Tal vez tu cuerpo ya esté gritando y aún no lo quieras escuchar.
Tal vez ya te has acostumbrado a vivir con la ansiedad, con el insomnio, con ese vacío que no entiendes.

“Sanar no es un mantra bonito ni un taller para pasar el rato: es cirugía sin anestesia sobre tus viejas excusas.
Si mientras leías sentiste que te estaban desnudando, ya sabes cuál es tu próximo movimiento. No esperes a que alguien te lleve de la mano.”

Porque tu salud no empieza en el gimnasio ni en la comida.
Tu salud empieza en lo que te atreves a sentir.