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La vida nos empuja, a veces con sutileza y otras con brutalidad, a detenernos y buscar ayuda. Llegamos a un punto en el que sabemos que solos ya no basta. Y entonces aparece la gran pregunta:
¿A dónde voy? ¿A un psicólogo… o a un sanador espiritual?

No se trata de quién es mejor. Se trata de qué necesitas. Y, sobre todo, de qué parte de ti estás dispuesto a abrir.

Hay momentos en los que la vida se quiebra. A veces es un susurro que se convierte en grito: la ansiedad, el insomnio, las dudas que no te dejan vivir. Otras veces es un golpe directo al corazón: la pérdida, el abandono, la traición. Y entonces surge la pregunta inevitable:

¿Dónde busco ayuda?

Dos caminos aparecen con fuerza: la psicología y la sanación espiritual. Dos maneras de mirar el mismo dolor. Dos formas de acompañar lo que duele y no te deja avanzar. No son enemigas. Son espejos distintos de una misma necesidad: sanar. No se trata de competir. Se trata de decir la verdad: la psicología trabaja con tu mente, yo trabajo con tu alma. Las dos son necesarias y son medicina.

No soy psicólogo. No soy médico. Soy un hombre al que la vida empujó a sanar.

No llegaste aquí porque viste un anuncio.
No llegaste porque te saltó un algoritmo o porque invertí en publicidad.
Llegaste porque alguien, en voz baja, te habló de mí.

“Yo fui… y salí distinto.”
“Con él lloré lo que nunca había llorado.”
“Me ayudó a soltar lo que ni yo sabía que cargaba.”

Ese es mi verdadero currículum: la calle, el boca a boca, las historias que caminan de un corazón a otro. Yo no vendo promesas en redes sociales. La gente me encuentra porque alguien ya tocó conmigo su herida… y sanó.

El camino de la psicología

Respeto al máximo su misión. El psicólogo trabaja desde la mente, con ciencia, con estructura. Allí las emociones se nombran, se explican, se enmarcan en diagnósticos.
Es un camino necesario: te da claridad, te ofrece técnicas, te enseña a sostener la tormenta.

Pero muchas veces, sales sabiendo por qué sufres… mientras sigues sufriendo.
Porque la mente entiende, sí, pero el alma todavía sangra.

Por supuesto, también respeto profundamente su labor. Ellos estudian, se preparan, investigan. Te reciben con un cuaderno, con preguntas, con la ciencia como escudo. Te ayudan a entender por qué eres como eres. Te enseñan a manejar la ansiedad, a reconocer la depresión, a mirar atrás con ojos distintos.

Muchos encuentran alivio allí. Y otros, aunque entienden, sienten que algo sigue roto. Porque el corazón no siempre se cura con teorías.

El camino conmigo como sanador espiritual

Yo no vengo de universidades. Mi formación fue más cruel y más sagrada:

  • La muerte de mis padres.
  • Hijos que me enseñaron lo que es llorar en silencio.
  • Mujeres que fueron espejos, heridas y maestros.
  • Noches enteras en guerra conmigo mismo y un largo etc.

Ese fue mi máster. Esas fueron mis aulas. Y lo que aprendí ahí no está en ningún manual: cómo reconocer el dolor… y cómo soltarlo. Solo tienes que saber interpretarlo y aceptarlo.

Cuando entras en mi espacio no vienes a entenderte. Vienes a liberarte.
No me hablas, me vibra tu cuerpo. No me cuentas, me habla tu energía.
Yo siento tus duelos no llorados, tu rabia reprimida, tu miedo heredado.
Y ahí, en ese territorio invisible donde nadie más se atreve a entrar, yo me meto contigo.

Aquí no hay diagnósticos. Hay desgarros que encuentran salida.
Aquí no hay ejercicios. Hay lágrimas que, al fin, se permiten rodar.
Aquí no hay tareas para casa. Hay un alma que se vacía y respira.

Sales distinto. No lo digo yo. Lo dicen tus ojos, tu alma.

Yo no llego con teorías. Llego con cicatrices.
No te recibo con un manual. Te recibo con el silencio que yo mismo aprendí a atravesar.

Conmigo no hay diagnósticos. No hay bata blanca. No hay títulos colgados en la pared.

Yo no estudié medicina, ni psicología, ni psiquiatría. No sigo manuales, ni teorías. Mi camino no vino de una universidad: vino de un llamado brutal, imposible de ignorar. Vine a hacer lo que mi alma me exige: sanar almas que ya no pueden sostener más dolor.

Aquí no vienes a explicar lo que te pasa. Vienes a soltar lo que ni siquiera sabes nombrar. Vienes a llorar lo que tragaste toda tu vida. Vienes a liberar la rabia que tu cuerpo guarda en silencio. Vienes a vaciarte para volver a respirar.

Yo siento lo que callas. Escucho lo que tu cuerpo grita. Veo lo que llevas escondiendo años. Y ahí, en ese lugar donde ni tú te atreves a mirar, es donde empieza la sanación.

Sales diferente. Con la piel distinta. Con los ojos que vuelven a brillar aunque aún estén húmedos. Sales con un peso menos. No porque entiendas más, sino porque cargas menos.

Cómo se llega… y cómo se sale. El poder de elegir

Al psicólogo llegas porque tu mente no soporta más: ansiedad, depresión, pensamientos en bucle.
A mí llegas porque alguien te dijo: “ve, confía, yo fui y funcionó”.
Llegas porque sabes que lo tuyo no cabe en diagnósticos. Llegas porque tu alma grita.

Del psicólogo sales con mapas y teorías.
De aquí sales con un cuerpo más ligero, con un silencio que calma, con la certeza de que lo que llevabas dentro ya no gobierna tu vida.

A un psicólogo llegas porque no puedes más con tus pensamientos. Porque la ansiedad te revienta el pecho. Porque la depresión te roba las ganas de vivir. Llegas empujado por el ruido de tu cabeza.

A mí llegas cuando ya has pasado por todo eso… y sigues roto. Llegas cuando los fármacos no apagaron tu dolor. Cuando los diagnósticos no curaron tu vacío. Cuando las palabras no fueron suficientes. Llegas porque tu alma te empuja. Porque hay algo en ti que sabe que lo que llevas dentro no se cura con ciencia, sino con verdad, tu verdad mas oculta, la que nadie conoce y te drena por dentro por no saber gestionarla.

Las emociones atrapadas: dos maneras de tocarlas

Un psicólogo te enseña a nombrar la emoción. A ponerle lógica. A buscar su origen en tu historia y a trabajar con ella de forma consciente. Es un mapa.

Yo no hago mapas. Yo desato nudos.
No te digo “tienes rabia”. Te ayudo a gritarla.
No te explico “sufres un duelo no resuelto”. Te acompaño a llorarlo hasta que se libera.
No te enseño técnicas para gestionar tu miedo. Me meto contigo en la oscuridad hasta que ese miedo se convierte en luz.

Lo que casi nunca se dice

La diferencia profunda no es quién sabe más, sino desde dónde se trabaja.
El psicólogo opera en el terreno de la mente. El sanador, en el del alma.

Y cuando una persona decide unir ambos caminos —terapia psicológica y sanación espiritual— lo que encuentra es un proceso completo. Porque no somos solo mente. No somos solo cuerpo. Somos historia, energía, alma y espíritu.

La psicología abre puertas de entendimiento. La sanación espiritual abre puertas de liberación. Juntas, ambas son medicina.

Mi propósito

Yo no elegí este camino: me eligió a mí.
No vine a diagnosticar. Vine a acompañar.
No vine a dar explicaciones. Vine a sostener el grito de tu alma hasta que se transforme en paz.
No vine a sobrevivir. Vine a sanar.

Ese es mi propósito de vida.
Esa es mi verdad. Ese es mi silencio.
Esa es la razón por la que estás leyendo estas líneas ahora.

Mi mejor currículum no son diplomas: son las cientos de personas que ya sanaron y que hoy hablan de mí sin hacer ruido. Mi única propaganda no son anuncios: son los susurros de quienes encontraron alivio y se lo contaron a otros.

👉 Si necesitas comprender, busca un psicólogo.
👉 Si necesitas liberar tu alma, aquí tienes mi mano.

“Sanar no es un mantra bonito ni un taller para pasar el rato: es cirugía sin anestesia sobre tus viejas excusas.
Si mientras leías sentiste que te estaban desnudando, ya sabes cuál es tu próximo movimiento. No esperes a que alguien te lleve de la mano.”

Te dejo con una parte de mi conferencia sobre Gestión de las emociones… Que la disfrutes.