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La familia nos inculco que no nacemos con deberes hacia la humanidad, sino hacia vínculos impuestos por sangre. Epicteto decía: “Lo que no depende de ti, no te pertenece”. Y a veces, eso incluye el amor de tus padres, de los hijos/as o la comprensión de tus hermanos/as.

La familia puede ser refugio, pero también puede ser cárcel emocional. Nos enseñan a idealizarla, a justificar todo “porque es tu mamá”, “porque es tu papá”, “porque es tu sangre”. Pero: el verdadero deber es con la virtud, no con la costumbre.

¿Qué es más sano: mantener el lazo o proteger tu mente?

La psicología lo confirma: los vínculos familiares tóxicos pueden dejar heridas más profundas que cualquier batalla externa. Crecemos buscando aprobación, cargando culpas que no elegimos, repitiendo patrones que no entendemos. Y cuando despertamos, nos duele más ver que el enemigo no estaba afuera, sino en la mesa del comedor.

Aprende a no odiar y Observa, Acepta y Actúa.

No se trata de cortar, se trata de comprender: tú no eres responsable de sus traumas, ni de curarlos. Tu paz interior no necesita permiso, ni apellidos. Lo que sí necesita es coraje: para poner límites, para sanar sin ruido, para amar sin aferrarse.

Porque a veces, el mayor acto de amor… es alejarse.