Cuéntame Cosicas

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Lo más cruel de una ruptura no es la ausencia del otro. Es el nudo invisible que no sabes cortar. Ese cordón que, aunque la relación ya murió, tú sigues alimentando como si la otra persona aún respirara contigo. Y ahí quedas: atado a un eco, enganchado a mensajes viejos, interpretando silencios, imaginando regresos que nunca ocurren.

No sueltas porque confundes amor con dependencia. Porque crees que si lo dejas ir, perderás también tu identidad, tu historia, tu futuro. Y entonces abrazas al dolor como si fuera la única manera de seguir vinculado. Pero lo que llamas amor ya es puro miedo: miedo a quedarte solo, miedo a aceptar que te usaron, miedo a reconocer que diste todo por alguien que jamás pensaba quedarse.

El duelo, cuando se atraviesa, limpia. Pero cuando lo conviertes en altar, te destruye. No es duelo lo tuyo, es obsesión disfrazada de fidelidad. Y esa obsesión te encierra en un bucle sin salida: cada recuerdo es una cadena nueva, cada lágrima un pacto renovado con lo que ya no existe.

¿Hasta cuándo vas a seguir respirando por alguien que ya no respira contigo? ¿Hasta cuándo vas a seguir aferrado a la cerradura de una puerta que el universo cerró con doble vuelta de llave?

El ojo interno lo grita en silencio: el vínculo no se corta porque no quieres soltarlo. Porque en el fondo, duele más reconocerte libre que reconocerte abandonado. Pero la libertad llega cuando aceptas que no es la puerta la que está cerrada: eres tú, que eliges seguir encadenado a la cerradura.

Y si estás atrapado en ese duelo que se volvió ancla, si sientes que no sabes cómo soltar sin romperte, no tienes que quedarte ahí para siempre. Este proceso puede trabajarse, transformarse. “Sanar no es un mantra bonito ni un taller para pasar el rato: es cirugía sin anestesia sobre tus viejas excusas.
Si mientras leías sentiste que te estaban desnudando, ya sabes cuál es tu próximo movimiento. No esperes a que alguien te lleve de la mano.”

Rafa Navarro