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Vivir obsesionados es vivir atrapados en un circuito cerrado, un loop mental que nunca se detiene. No importa si la obsesión es por una persona, por el dinero, por la salud, por el éxito o por un recuerdo: el mecanismo es siempre el mismo. La mente se convierte en rehén de una idea fija, y todo lo demás pierde color.

La obsesión nace de la carencia, del vacío no resuelto. No aparece de la nada: se alimenta de heridas, de miedos y de la incapacidad de soltar. Es el síntoma de una emoción que no hemos sabido gestionar y que busca control a través del pensamiento repetitivo. Queremos dominar lo indomable: lo que sentimos, lo que el otro hace, lo que podría pasar.

El problema es que cuanto más giramos alrededor de la obsesión, más la reforzamos. La mente se convence de que “si pienso lo suficiente, encontraré la salida”. Pero la salida nunca está en pensar más, sino en dejar de girar en torno al mismo eje. Por eso vivir obsesionados no es vivir, es sobrevivir en un estado constante de ansiedad disfrazada de “atención”.

La obsesión roba presencia. Te mantiene atado al pasado (reviviendo lo que fue) o al futuro (imaginando lo que podría ser), pero jamás te permite habitar el ahora. Y el ahora es lo único real. Lo irónico es que mientras creemos que estamos “enfocados” en lo que queremos, en realidad nos estamos alejando de ello: nadie construye libertad desde la cárcel de su mente.

Cuando vives obsesionado con alguien, no amas: te aferras. Cuando vives obsesionado con el éxito, no disfrutas: te comparas. Cuando vives obsesionado con tu dolor, no sanas: lo alimentas. La obsesión es un espejo que te muestra la falta de confianza en ti, en la vida y en tu capacidad de sostener la incertidumbre.

Y aquí llega lo incómodo: la obsesión no es fortaleza. Es dependencia. Y lo sabes. Lo sientes en el pecho cada vez que tu mente repite el mismo pensamiento por la millonésima vez en un día. Es un bucle sin salida. Un infierno cómodo.

La verdadera pregunta no es “¿cómo dejo de obsesionarme?”.
La verdadera pregunta es: ¿qué vacío estoy evitando mirar cuando suelte esta obsesión?

Porque ahí está el miedo real. Sin esa fijación, tendrías que enfrentarte al vacío que tanto esquivas. Y ese vacío no es un enemigo: es el espacio donde nace la verdadera libertad.

El día que te atrevas a soltar la obsesión, vas a sentir que algo dentro de ti muere. Y es cierto: muere la parte que se alimentaba del veneno. Muere la ilusión de control. Muere el apego que confundías con amor, la ansiedad que disfrazabas de pasión, la voz que te repetía que sin eso no eras nada.

Soltar duele como arrancarse la piel a tiras. Pero quedarse atrapado duele más: es sangrar de a poco cada día, hasta vaciarte.

La obsesión no es amor, no es éxito, no es cuidado. Es el cuchillo con el que tú mismo te desgarras mientras sonríes hacia afuera.

Elige: ¿seguir desangrándote en silencio… o enfrentar la herida y cerrar de una vez ese ciclo?

👉 Si estás listo para dejar de sangrar por dentro y empezar a sanar de verdad, escríbeme. Nadie sale solo de esta cárcel. Si al leer esto ya sabes que ha llegado tu momento, no necesitas instrucciones: la vía para hablar conmigo ya la tienes delante.”

Rafa Navarro