Porque no me elige mi ex después de rompernos y separarnos.
Esa persona puede amarte… y aún así no elegirte.
Y no, no es porque el amor no fuera real.
El amor y la elección no viven en el mismo lugar.
El amor es emoción pura — cruda, visceral, desbordada.
Es la descarga eléctrica que recorre tu cuerpo sin pedir permiso.
Es ese nudo que te aprieta el pecho cuando escuchas su voz.
Es la ternura que te reblandece cuando ves su nombre en tu pantalla.
Es la certeza irracional de que esa persona es hogar, aunque no sepas explicar por qué.
El amor es instinto. Es impulso. Es piel.
No entiende de horarios, planes ni consecuencias.
Es salvaje.
Y por eso no puede medirse con la misma vara que la elección.
Porque la elección… es otra cosa.
La elección es fría, calculada, casi quirúrgica.
Es sentar al corazón y a la mente en la misma mesa y decidir qué peso tendrá cada uno.
Es poner sobre la balanza miedos, compromisos, distancias, heridas y, a veces, excusas.
Es mirar al amor a los ojos y decir: te siento, pero no puedo.
O peor aún: te siento, pero no quiero.
Por eso alguien puede amarte hasta el último rincón de tu alma… y aun así irse.
No porque no te ame,
sino porque hay algo en su vida que pesa más que el amor: el miedo a saltar, el momento equivocado, la incapacidad de luchar, o la comodidad de quedarse donde no le desafían.
Y no, eso no le convierte necesariamente en un villano/a.
Pero tampoco le convierte en la persona que debía quedarse.
⚠️ Y sí, duele.
Duele porque nos vendieron el cuento de que el amor lo puede todo.
Que si dos personas se aman, todo lo demás se acomoda.
Duele porque creíste que si te amaban, no habría razones suficientes para soltarte.
Pero la vida, con su ironía, te demuestra que no es así.
Y aquí llega la parte que nadie te dice:
Cuando alguien no te elige, no significa que no seas suficiente.
No significa que haya algo roto en ti que debas reparar para merecer amor.
A veces significa que esa persona no sabe cómo sostener lo que siente.
O que simplemente no tiene la capacidad de elegirte sin reservas.
Entender esto te libera.
Te libera de las cadenas del “¿qué hice mal?”.
Te libera de la tortura de rebobinar cada conversación buscando el instante en que todo cambió.
Te libera de la necesidad de mendigar amor o explicaciones.
Porque quien te ama y te elige, no duda.
No necesita convencerte de su amor porque lo ves en sus actos.
No pone excusas.
No te pide que esperes a que se aclare.
Mueve montañas, cruza desiertos y quema puentes si es necesario, con tal de quedarse.
Y hasta que esa persona llegue…
te eliges tú.
Te recoges a pedazos, te abrazas con la paciencia que nunca te dieron, te sanas sin prisa.
Aprendes que tu valor no se mide por quién decide quedarse, sino por cómo te sostienes cuando alguien decide irse.
Porque el amor correcto, cuando llegue, no será una batalla por convencer a nadie de que eres digno de estar en su vida.
Será una certeza tranquila, un “me quedo” sin condiciones.
Y tú, con todo lo que habrás aprendido, lo sabrás sostener.
Porque al final, lo más importante no es que alguien te elija… sino que jamás tengas que suplicar que lo haga.
Ese día, tu dignidad será más grande que cualquier amor que se haya atrevido a soltarte.
“Sanar no es un mantra bonito ni un taller para pasar el rato: es cirugía sin anestesia sobre tus viejas excusas. Aprende a traducir el lenguaje de tu alma.
Si mientras leías sentiste que te estaban desnudando, ya sabes cuál es tu próximo movimiento. No esperes a que alguien te lleve de la mano.”