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👉👉La vida sigue… aunque tú ya no estés

Tres horas después de tu funeral, los abrazos se mezclan con las lágrimas, tu familia atiende a los invitados, alguien sirve café… y tú, bajo tierra, ya has comenzado a encontrarte con los organismos de la tierra.

Seis horas después, en casa ya se habla de deportes, política o de lo que salió en las noticias. Afuera la vida continúa. Tú, en cambio, ya no tienes pensamientos ni reflejos. Solo silencio.

Nueve horas después, los más cercanos son los únicos que se quedan. El resto volvió a su rutina. Afuera hay consuelo, abrazos, promesas de estar ahí… mientras tu cuerpo se enfría lentamente.

Veinticuatro horas después, alguien que no sabía que moriste aún te llama o te escribe un mensaje. Afuera sigue habiendo movimiento, trabajo, tráfico. Tú ya no contestas. Tus órganos empiezan a descomponerse.

Tres días después, tu trabajo ya busca reemplazo. Nadie es indispensable. La silla que dejaste vacía pronto será ocupada. Tú, mientras tanto, eres piel tensándose, cuerpo hinchándose en la tumba.

Cinco días después, tu familia regresa poco a poco a la rutina. La nevera se llena otra vez, hay que pagar facturas, llevar a los niños al colegio. Afuera la vida reclama continuidad. Tú, por dentro, ya eres licor, cambio de color, materia en disolución.

Dos semanas después, tus hijos se sientan frente a un abogado para hablar de herencias. El apellido sigue en documentos, pero tu voz ya no está para mediar ni decidir. Tus dientes y uñas se desprenden en la tumba.

Tres meses después, tu pareja vuelve a reír frente a la televisión. Afuera el tiempo sigue curando, sanando, empujando. Tú te fundes con la tierra, ya indistinguible de ella.

Un año después, alguien visita tu tumba y dice: “Parece que fue ayer”. Y es verdad, para ellos el duelo sigue. Pero tu mortaja ya se deshace por completo.

Dos años después, la vida empuja aún más. Tu pareja conoce a alguien nuevo, y aunque nunca te olvide, ya no eres la prioridad. Tú sigues desapareciendo poco a poco en la tierra.

Tres años después, tus hijos te necesitan y te extrañan, pero solo les queda lo que les enseñaste, el legado invisible que dejaste en sus corazones. Ya no puedes abrazarlos ni aconsejarlos.

Diez años después, alguien ve una foto tuya y sonríe por un instante. Luego sigue su vida. Afuera hay proyectos, nacimientos, mudanzas, historias nuevas. En la tumba, solo huesos.

Y un día… los que hoy lloran por ti también se irán. El mundo seguirá girando, y lo único que quedará será lo que sembraste en ellos: recuerdos, enseñanzas, amor.

Este texto no es para asustarte. Es para sacudirte. Para recordarte que nada de lo que te obsesiona importa tanto como crees. Que la cuenta bancaria, la agenda llena o la pelea absurda de ayer no pesan frente a la fragilidad del tiempo.

La vida sigue, con o sin ti.
La pregunta es: ¿la estás viviendo hoy como realmente quieres vivirla?

Rafa Navarro