Me acostumbré a decir «estoy bien» cuando mi vida era una casa en ruinas, un montón de escombros. A ponerme una cara bonita y una sonrisa Profident mientras por dentro solo tenía ganas de llorar. Me acostumbré a complacer a todos para que no se preocuparan por mí. A cargar con cruces que no eran mías ni me las merecía. A ser el salvador del mundo… cuando el que realmente necesitaba salvarse era yo.
Me acostumbré a mirar por todos los que me rodeaban y, sin darme cuenta, me olvidé de mí. Hasta que un día me hice la pregunta clave:
¿De verdad merece la pena vivir así?
La respuesta fue clara y contundente: no.
Y desde entonces tomé una decisión:
Si no miro yo por mí, ¿quién lo va a hacer?
Me di cuenta de que tenía que ser mi primera prioridad. Y también la segunda. Y la tercera. Y sí, mi vida empezó a cambiar. Empezó a ir mucho mejor. Hice algo que nunca antes me había atrevido a hacer: quererme. Quererme cada día un poco más. No tanto como me gustaría aún, lo reconozco, pero estoy en ello. Y sé que lo voy a conseguir.
¡Te lo prometo!
J.M. Quirós
Trenzando Palabras
A veces nos desvivimos demasiado por los demás, olvidando una verdad sencilla: no eres responsable de la felicidad de nadie. Y ya tenemos una edad en la que, si hay que morir por alguien… que sea por uno mismo.
Rafa Navarro