Cuéntame Cosicas

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Sí. A la mierda con la culpa.
Con esa voz que te dice que no hiciste lo suficiente, que podrías haberlo hecho mejor, que fallaste otra vez.
A la mierda con ese peso invisible que te dobla la espalda cada noche cuando repasas lo que dijiste, lo que no dijiste, lo que dejaste escapar.

Porque la culpa no es conciencia.
Es castigo.
Y hay una diferencia enorme entre aprender y latigarse.

Nos enseñaron a pedir perdón hasta por respirar fuera del molde, a sentirnos mal por elegirnos, por poner límites, por decir “basta”, por querer un poco de paz en medio del caos.
Nos programaron para asociar amor con sacrificio, bondad con renuncia y redención con dolor.
Y así fuimos apagándonos, poquito a poco, para no incomodar.

Pero hoy ya no.
Hoy decido mirarme con ternura, aunque no haya sido perfecto.
Decido entender que hice lo que pude con el nivel de conciencia que tenía en ese momento.
Y eso es suficiente.

A la mierda con la culpa por haber dejado relaciones que me rompían.
A la mierda con la culpa por no poder salvar a todos.
A la mierda con la culpa de no haber sido el hijo, el padre, la pareja o el amigo ideal.
No vine a cumplir expectativas, vine a aprender a ser libre.

Porque la culpa no repara. Congela.
Te mantiene atado al pasado, repitiendo escenas como un prisionero emocional.
Y lo más cruel: te convence de que no mereces ser feliz.

Pero mereces.
Mereces amor sin penitencia.
Mereces descanso sin justificación.
Mereces alegría sin permiso.

Así que, si hoy necesitas llorar por todo lo que cargaste en silencio, hazlo.
Llora por la versión tuya que se culpó por sobrevivir, por seguir adelante, por elegir otra vida.
Y cuando termines… suéltalo.

Mira al cielo, respira hondo, y susúrrale al universo:
“A la mierda con la culpa.”

Te juro que la vida empieza justo después de esa frase.